Desde hace algunos años, retumban en mí diferentes cuestiones a nivel profesional, que sin duda alguna me afectan en el plano personal.
Más de 12 años ejerciendo en la etapa de Educación Infantil, me hacen reflexionar mucho sobre los cambios en la sociedad, los cambios en la escuela, y especialmente en lo que éstos, y otros tantos aspectos, están repercutiendo directamente en las aulas, directamente en los niños, directamente en mí.
Desde el abordaje inmediato y sublime de las nuevas tecnologías, que parece que tengan que ser el motor de motivación en alumnos de demasiada temprana edad… hasta la presión de idiomas, conocimientos, y tareas, que hacen que el camino de la etapa de 3 a 6 años se convierta en una carrera contrarreloj para alcanzar objetivos, sí o sí.
Como profesional y persona con sentido común, inicialmente intentas llegar a todo, responder a los desafíos, abordar el reciclaje profesional y cumplir con lo estipulado, pero de repente, te chocas con la mirada de un niño de 3 años, ajeno a todo y a todos, que sólo busca eso, otra mirada «a su altura», para acompañarlo… ¿qué quiere? ¿qué necesita? No es una mirada desconocida, sin embargo contra todo pronóstico es una mirada diferente dentro de toda nuestra vorágine de adultos, que te parte en dos, que a mí me parte en dos.
Me resisto a pensar que el sistema está por encima de nuestros pequeños, que aquellos quienes proponen los curriculums han olvidado para quienes van dirigidos, y que las familias han caído en las redes de la auto convicción acerca de que lo que les están ofreciendo es lo mejor, es lo que hay.
Las aulas están vivas, y por ello necesitan que se les ofrezcan caudales de dinamismo, movimiento, experiencias,… una educación viva y activa, como ya se proclama. Los niños de Educación Infantil no están hechos para permanecer sentados más de unos minutos (y si es así mejor en el suelo sobre una alfombrita mullida, que sobre una silla rígida). ¡Ojo! los de Ed. Primaria, tampoco.
Mi punto de inflexión, no versa sobre el método de trabajo. Hace más de 8 años, que gracias al completo apoyo de las familias y la aportación de compañer@s, me he reafirmado en que el «Aprendizaje Basado en Proyectos» funciona, sí sí FUNCIONA, pero debes saber qué es realmente. Hemos llegado a un punto en el que se está desvirtuando, y la esencia de la libertad de elección en ese camino que el grupo de niños emprende, está coartada.
¿Entendemos los Proyectos como un trabajo ligado a una batería de actividades que tras un tema “elegido por los alumnos”, el docente prepara?. Me he encontrado con compañeros que ya tenían casi resueltos los supuestos Proyectos que iban a desarrollar durante un trimestre… esto resta credibilidad a la clave que caracteriza esta forma de trabajar, y confunde la metodología con las convencionales Unidades Didácticas.
¿Hablamos de una rista de fichas fotocopiadas? Que no se ofenda nadie, una hoja de papel no es nuestro peor enemigo, pero su abuso sí es «contraproducente». Ni más ni menos preparada, proponla cuando sea necesario.
Ese no es el debate, ahora, pero la reflexión sobre qué está pasando con esta metodología la dejo en el aire.
Donde yo me paro pensar es en el tiempo y en el espacio educativo, en la jornada tipo, en la libertad del alumno, en la implicación de las familias, en la proyección de centro, en el haber dejado de un lado la verdadera necesidad de la franja de edad entre 3 a 12 años… el Acompañamiento Emocional (e incluso más allá de esa edad).
Guiar, escuchar, hablar, preguntar, conocer, proponer, tentar,… tal y como están las cosas en los tiempos que nos ha tocado vivir,… son acciones primordiales, son nuestro cometido principal, las cuales transforman los Proyectos en procesos, dándole especial significado a todas estas características actuales del docente.
Afortunadamente, mucha gente está haciendo muchas cosas pequeñas, pero que al compartir, se hacen grandes y toman un cariz tan potente, que abruma.
Vivo cada minuto de la profesión apasionadamente, pero también la sufro… ¿será esa la combinación que da “vida” a mi día a día?, ¿será ese el motor de querer reencauzar mi trabajo?, ¿será ese el motivo de nunca querer perderme la mirada de un alumno (sea cual sea su edad)?, ¿será que creo que lo que tenemos entre manos merece tanto la pena que no debemos abandonar nunca?, ¿será que creo firmemente en las personas (especialmente las «pequeñas») y no me da la gana abandonar?, ¿será que la vida en las aulas impregna mucho más de lo que pensamos, creando un «alma» compartida que puede con todo…?
Ando buscando respuestas, creciendo personalmente, en un punto de inflexión por el cual creo que todo docente debe pasar. Parar y mirar atrás, parar y ver qué está pasando en tu y su presente, es necesario, para redescubrir tus ilusiones, es imprescindible, para asegurar sus ilusiones.
Un fin de semana más que me quedo con ganas de más… #educaciónvivayactiva
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